Acuario

12.23.2010

UNA HISTORIA DE NAVIDAD


GRACIAS..POR..EXISTIR

UNA HISTORIA DE NAVIDAD

En ocasiones pensamos que nuestros problemas son los más grandes delmundo. Algo parecido le sucedió a un muchacho llamado Francisco,hasta que tuvo un encuentro inesperado con una señora.Frank, así le llamaban, siempre había sido un buen estudiante ydeportista. En sus estudios, era un alumno sobresaliente. Legustaba el básquetbol y sabía jugarlo. Se había preparadoespecialmente para jugar la próxima temporada, incluso habíacomprado unos zapatos muy suaves y cómodos para jugar. Tal vez poresa situación tan halagadora le produjo un gran dolor cuando al leerla lista de los seleccionados no encontró su nombre en ella. Esedía sintió como si hubiera dejado de existir, como si se hubiesevuelto invisible.Muy triste salió de los vestidores, tratando de encontrar unaexplicación a su exclusión del equipo. Caminó durante un buen rato,pero nada lo consolaba. Duró varios días de mal humor, no queriendohablar con nadie y respondiendo mal a sus padres cuando intentabanacercársele. Nada le agradaba. Un día de mucho frío y lluvia, tomóel autobús de costumbre y se sentó cerca del conductor. Mas tarde,una mujer en estado avanzado de su embarazo con paso lento subió alautobús y se sentó detrás del asiento del conductor. Este lepreguntó en voz alta:- ¿Dónde están sus zapatos, señora? Afuera habrá sólo diezgrados de temperatura.Francisco no se había fijado, pero efectivamente la señora iba sólocon unas medias medio mojadas. La señora le contestó al hombre:- No puedo darme el lujo de tener zapatos. Subí al autobús sólopara calentarme los pies. Si no le importa viajaré con usted unrato.El conductor se rascó su cabeza calva y exclamó:- Sólo dígame, ¿cómo es que no puede permitirse unos zapatos?La señora le dijo:- Tengo tres hijos. Todos tienen zapatos. No quedó dinero paramí. Pero está bien, el Señor cuidará de mí.En ese momento Frank miró hacia abajo, observó sus zapatos nuevosmarca Nike. Sus pies estaban cálidos y cómodos, igual que siempre.Entonces miró a la mujer, sus medias estaban desgarradas. Pensó queesa persona era "invisible" en otro sentido. Era una señoramarginada y olvidada por la sociedad. Él siempre podría darse ellujo de tener zapatos. Ella tal vez nunca.En ese momento Frank se quitó los zapatos. Pensó que tendría quecaminar tres cuadras, pero el frío nunca le había molestado. Cuandoel autobús se detuvo en la parada final, Frank esperó hasta quetodos se hubieran bajado, entonces recogió sus zapatos, se acercó ala mujer y se los entregó diciéndole:- Tenga señora, usted los necesita más que yo.No esperó a que le diera las gracias, sino que se bajó de prisa sindarse cuenta que caía en un charco. No importaba, no sentía elfrío. En eso escuchó a la señora que desde la ventana del autobúsle decía:- Mira, ¡me quedan perfectos!".El conductor del autobús le preguntó:- ¿Cómo te llamas muchacho?Él respondió:- Frank.El conductor le dijo:- ¡Muy bien, Frank! En mis veinte años de conductor nunca habíavisto un gesto semejante.La mujer, llorando, le decía al conductor:- Ya ve. Le dije que el Señor cuidaría de mí, y volviéndose,dijo: "Gracias Frank".- No hay de qué. No es gran cosa; además es Navidad, respondióFrank, quien se dirigió a su casa con los pies helados pero con elcorazón contento y riéndose por haberse preocupado de no jugar conla selección ese año.A veces hace falta mirar a nuestro alrededor, para descubrir que losdemás están más necesitados que nosotros mismos. Descubramos elrostro de Cristo en esas personas necesitadas, recordando laspalabras de Jesús: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuvesed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuvedesnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, yvinisteis a mí... de cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a unode estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis" Mateo 25: 35-40.

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