GRACIAS..POR..EXISTIR
Hace millones de años, cuando Dios creó el mundo, también creó a los angelitos. Los angelitos son seres celestiales, muy trabajadores y alegres, siempre dispuestos a ayudar a los demás.
El día en que Dios los creó, realmente estaba muy ocupado tratando de que cada uno de ellos fuera bueno, bello y alegre.
Luego de crearlos, le dio una ocupación especial a cada uno: unos trabajarían como ángeles de la guarda de chicos o grandes; otros harían que la gente se enamorara, etc. Sin embargo, tan ocupado estaba Dios ese día, que al terminar su tarea –cansado, pero contento–, no se dio cuenta de que a un angelito no le había encomendado ningún trabajo especial y tampoco le había puesto nombre. ¡Qué distraído! pensarás vos ¿no? Para colmo de males, este pobre angelito tenía una particularidad: dormía de día y pasaba la noche despierto.
Por más que lo intentara, jamás podía dormirse de noche y se quedaba dormidísimo de día.
Este angelito sin nombre e insomne un día decidió hablar con Dios, ya que no sólo no le gustaba no tener un nombre, sino que también se aburría como un hongo, porque no hacía nada y cuando quería jugar con otros angelitos, éstos lógicamente dormían, porque era de noche. Un día se presentó ante Dios y le dijo: –Padre, no quiero parecerte atrevido, pero al crear a mis hermanitos y a mí, con todo el trabajo que tuviste, te olvidaste de ponerme un nombre. –¿Cómooooo? –preguntó Dios sorprendido y abriendo sus hermosos ojos ¡Eso no es posible! –Sí, Padre –respondió el angelito–. No sólo es posible, sino que también olvidaste darme un trabajo especial, una tarea que pueda cumplir yo solito. –¿En serio? –volvió a preguntar Dios confundido y con los ojos igual de abiertos que antes–. ¡¡¡Caramba!!! –agregó preocupado. –Además, Padre, no sé por qué razón, duermo durante el día y estoy toda la noche despierto. –Eso sí que es grave –comentó Dios. –¿Qué es lo grave, Padre? ¿Que me aburra o que tenga el sueño cambiado? –Lo grave es, hijo mío, que al dormir de día, es difícil darte una tarea. ¿Qué trabajo podrías realizar durante la noche, mientras todas las personas, y sobre todos los chicos, allí abajo, tratan de descansar?Fue allí cuando el angelito sin nombre tuvo una idea genial. Como él nunca dormía de noche, se dedicaba a observar a los chicos que no podían dormir, a los que tenían miedo a la oscuridad, a los que, cuando lograban dormirse, tenían pesadillas, a los que se querían pasar siempre a la cama de su papá y su mamá, a los que se abrazaban a un muñeco buscando un consuelo que no encontraban, porque el sueño no venía.
Entonces, recordando todas estas cosas que veía por la noche y que le producían tristeza e impotencia, le contó esto a Dios y le pidió que su tarea especial fuera velar por el sueño de cada niño. Ya que él no dormía de noche, pasaría todo ese tiempo cuidando a los chicos, arropándolos, cantándoles canciones de cuna, alcanzándoles los ositos que se cayeran de la cama, iluminando con su luz la oscuridad de la habitación, cerrando puertas de placares de los cuales los chicos nunca saben qué puede salir.
Dios se quedó pensando en la propuesta del angelito y viéndolo tan, pero tan, pero tan entusiasmado, le dijo que sí. –Ahora nos queda una última cosa por arreglar –dijo el angelito a Dios. –¿A qué te refieres hijo mío? –preguntó Dios intrigado (ya no tenía los ojos tan grande, medianitos no más). –Quisiera tener un nombre, Padre…, digo…, si no es mucho pedirte. –¡Qué distraído! ¡Caramba, que ya me olvidaba otra vez! ¿Y cómo quieres llamarte? –Pues… no lo sé… –¡Ya sé! –gritó Dios entusiasmado Te llamaré “El Ángel de los Dulces Sueños”. ¿Qué te parece? –Es un poco largo, Padre, ¿los chicos se acordarán de mi nombre completo para llamarme cuando tengan miedo por la noche? –Yo te aseguro que sí, hijo mío, jamás olvidarán tu nombre, ni siquiera cuando crezcan.
El Angelito de los Dulces Sueños empezó con entusiasmo a trabajar esa misma noche. Recorrió casa por casa, camita por camita, cerró puertas, iluminó corazones, hizo callar truenos, besó frentes, acarició cabecitas y alcanzó ositos. Cuando el día comenzó, muy cansado pero más que feliz, subió a su nube y allí se acurrucó para dormir, esta vez como merecido descanso. Antes de dormirse, se preguntó una vez más si su nombre sería recordado por los chicos de la Tierra, y con ese pensamiento se durmió ése y todos los días que siguieron. Pasó el tiempo y cada noche, al despertarse, el Angelito de los Dulces Sueños se mostraba ansioso de volver a cumplir con su tarea de cada día. Se arreglaba las alitas, planchaba su túnica con mucho cuidado, lustraba la aureola y empezaba su camino hacia la Tierra. Un día, cuando estaba por llegar a la primera casa, escuchó la siguiente conversación: –¿Sabés, mami? –dijo un chico. –¿Qué? –contestó su mamá. –Ayer no me costó dormir y no tuve nada de miedo ¿sabías? –¡Cuánto me alegro, mi amor! –dijo su mami, feliz–. ¿Y por qué fue? –Soñé con un ángel que me cuidaba por la noche, que alejaba las pesadillas, que me arropaba y besaba en la frente ¿y sabés otra cosa? Se llama igual que el angelito del cual cuenta siempre el abuelo: “El Ángel de los dulces sueños”. El nombre es un poco largo, pero lindo ¿no mami? Así fue que el angelito comprendió cuánta razón tenía Dios. Nadie había olvidado su nombre y nadie lo haría jamás. Su corazón se llenó de una inmensa felicidad al entender que mientras hubiera chicos en el mundo, su trabajo especial jamás terminaría. Y lo que era mejor aún, cuando esos chicos crecieran y ya se durmieran solitos y sin miedo, igual recordarían su nombre con una sonrisa tan pero tan grande como la que él tenía en ese momento. ¡Dulces sueños!
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